“La muerte de un hijo es un hecho casi impensable”
Por: Arturo González, Mariana Gutiérrez y Ana Sofía López
Medellín, 9 de noviembre de 2016
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Luz Ofelia Gaviria, psicóloga y especialista en niños. Es docente de la facultad de psicología de la Universidad Pontificia Bolivariana y docente asistencial en la Clínica Universitaria Bolivariana.
Tomada por: Mariana Gutiérrez
Tratar a un niño con una enfermedad terminal no es tarea fácil. Básicamente lo que se intenta hacer es ofrecerles un apoyo emocional, ya que el paciente terminal, en general, sabe cuál es su condición, la conoce, y es consciente de que le queda poco tiempo. Es por esto que el apoyo psicológico consiste en fortalecerlos para el tiempo que les quede lo vivan bien. Se busca también que los niños queden “en paz” con las personas con las que viven; sus papás, hermanos, abuelos y todo el círculo familiar que los rodea.
Sin embargo, la labor psicológica no se limita solo al niño, la familia es quizás lo más importante. “Con ellos se hace un proceso para que vayan elaborando anticipadamente el duelo de una muerte que es inminente. “Aceptar la muerte de un hijo es muy difícil, algunas veces no se logra. El trabajo de los psicólogos está en acompañar ese proceso de duelo, en reforzar con los papás algunas pautas de cuidado con el niño, evitar la sobreprotección, permitirle al niño que viva con condiciones normales, ya que tiende a haber mucha sobreprotección”, asegura Gaviria.
Se trata entonces que los padres del menos entiendan que, aunque su hijo tenga una enfermedad terminal, no va a dejar de ser un niño y debe disfrutar de una infancia lo más normal posible. “Tienen derecho a jugar, a pedir algunas cosas, a querer estar acompañado, a tener miedo, eso es lo que se quiere trabajar con los papás”.
La labor del voluntario
Ahora bien, existe un tercer grupo de personas que se ven afectadas por la situación del menor, es el caso del personal de salud y los voluntarios de diferentes fundaciones que trabajan con personas en condición terminal.
“Los psicólogos ofrecemos apoyo a los grupos de apoyo que brindan ayuda a las personas enfermas o en condición terminal, ya que generalmente son muy descuidados con su salud mental y física”, afirma Gaviria.
Los voluntarios tienden a sensibilizarse mucho con lo que padece la población a la que atienden y están expuestos a un sinnúmero de emociones y situaciones que afectan directamente su integridad mental. Es por esto que hacen su trabajo como su mismo nombre lo dice: de manera libre, generosa, desprendida.
Eso no significa que todos los voluntarios estén preparados para ser voluntarios, y una cosa es lo que teóricamente supongan, y otra lo que la vida real va a develar en una casa de cuidados terminales de niños, pues ellos tienden a generar ternura y compasión. Los niños despiertan muchas emociones y movilizan más a las personas a hacer voluntariado.
“Con los voluntarios se trabaja su propia fortaleza, autoestima, capacidad de entrega y concepción de la muerte. También se les debe poner límites; no se pueden desmoronar, lastimar o lesionar tratando de ayudar. El deseo de servir tiene que tener un límite, se hace hasta donde las personas lo necesitan, quieren y permiten”, dice Gaviria.
Para finalizar, esta experta explica que el duelo por la pérdida de un hijo es casi que impensable, pues las personas suponen que los padres van a morir primero que los hijos, pero esto hace parte de un imaginario común. Y si para los adultos la muerte de un niño es impensable, para, los mismos niños la muerte es inexistente y muchas veces las guarderías o colegios donde estudiaba el niño se vuelven espacios de trabajo psicológico con los compañeros del menor, ya que para ellos es un golpe fatal.
“Los niños no imaginan siquiera la muerte, ellos se creen inmortales. La inmortalidad es una realidad por efectos de procesos cognitivos y de madurez, de desarrollo neurológico y procesos de desarrollo emocional”, Concluye Gaviria.